Marcharse
Le vieron marcharse, asomados a las ventanas de la fachada.
-Le han puesto en la calle.- comentaba uno desde el rellano, apagando su colilla en la maceta del geranio. -Iba siendo hora.
Le vieron marcharse con sus dos bolsas de deporte pasadas de moda llenas de ropa por lavar y seguido de su perrillo negro sin collar que le seguía contento de dar un paseo extra. Dentro seguían los murmullos.
- Era su perro el que orinaba en la escalera. Esta gente es muy sucia. Qué gente? Estos, ya sabes. ¿No vivía una chica con él? Por ahí baja. Se acabará de levantar. ¿A estas horas? Se pasa toda la noche fuera. ¿Trabajando? Ya me gustaría saber dónde. ¿Y ese olor? Se habrá dejado las ventanas abiertas. Cocinan cada porquería. Y el riguitón o como se llame eso siempre a todo volumen. ¿Tú le dijiste algo? Yo nunca. Como para bajar a casa de ese, a saber lo que me hace. No, qué voy a ser racista. El que es mal vecino es mal vecino. Antes aquí sólo vivía buena gente.
Le vieron marcharse y cruzar sólo cuatro calles para acercarse a casa de un amigo. Tenía que levantarse temprano y abrir la estación de metro de otro barrio. Le vieron marcharse y se quedaron sin palabras de tanto como llevaban meses masticándolas, engulléndolas y volviéndolas a sacar. Luego, no ese día ni al día siguiente ni en toda la semana, pero luego, los grupos de cinco personas se convirtieron en tríos y más tarde en parejas. Volvieron a hablar de las cosas de siempre.
Del perro de la del tercero, que ladra cuando escucha a alguien en el rellano. De la cantidad de desconocidos que vienen a la consulta de Genaro, que pone empastes baratos sin licencia. Del vete a saber qué hacen todo el día la niña de doña Silvia con su novio, metidos en casa y del olor a repollo que sube los viernes desde casa de la portera.
-Sobre todo, lo más urgente, hay que decidir cómo ponerle las cosas claras al del quinto. ¿A quien? Al sudaca. Sí, como a aquél otro. A ese le echaron un día por las buenas. Yo no le vi marcharse.
-Le han puesto en la calle.- comentaba uno desde el rellano, apagando su colilla en la maceta del geranio. -Iba siendo hora.
Le vieron marcharse con sus dos bolsas de deporte pasadas de moda llenas de ropa por lavar y seguido de su perrillo negro sin collar que le seguía contento de dar un paseo extra. Dentro seguían los murmullos.
- Era su perro el que orinaba en la escalera. Esta gente es muy sucia. Qué gente? Estos, ya sabes. ¿No vivía una chica con él? Por ahí baja. Se acabará de levantar. ¿A estas horas? Se pasa toda la noche fuera. ¿Trabajando? Ya me gustaría saber dónde. ¿Y ese olor? Se habrá dejado las ventanas abiertas. Cocinan cada porquería. Y el riguitón o como se llame eso siempre a todo volumen. ¿Tú le dijiste algo? Yo nunca. Como para bajar a casa de ese, a saber lo que me hace. No, qué voy a ser racista. El que es mal vecino es mal vecino. Antes aquí sólo vivía buena gente.
Le vieron marcharse y cruzar sólo cuatro calles para acercarse a casa de un amigo. Tenía que levantarse temprano y abrir la estación de metro de otro barrio. Le vieron marcharse y se quedaron sin palabras de tanto como llevaban meses masticándolas, engulléndolas y volviéndolas a sacar. Luego, no ese día ni al día siguiente ni en toda la semana, pero luego, los grupos de cinco personas se convirtieron en tríos y más tarde en parejas. Volvieron a hablar de las cosas de siempre.
Del perro de la del tercero, que ladra cuando escucha a alguien en el rellano. De la cantidad de desconocidos que vienen a la consulta de Genaro, que pone empastes baratos sin licencia. Del vete a saber qué hacen todo el día la niña de doña Silvia con su novio, metidos en casa y del olor a repollo que sube los viernes desde casa de la portera.
-Sobre todo, lo más urgente, hay que decidir cómo ponerle las cosas claras al del quinto. ¿A quien? Al sudaca. Sí, como a aquél otro. A ese le echaron un día por las buenas. Yo no le vi marcharse.
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