La librería

En esto que estás por trabajo en una ciudad que no es la tuya y los amigos que tienes en ella, esa mañana no están a mano. Te quedan un par de horas libres durante las que decides vagabundear. Se te ocurre que podrías comprarle un libro a tu novia, lectora voraz y tienes buen recuerdo de una librería de viejo que hay en otra ciudad cercana, así que decides buscar una ahí donde estás.

Albricias, hay una muy cerca de tu hotel. Paseas cinco minutos y te presentas allí. Vaya, no abren hasta dentro de veinte minutos. Te fijas en varios artículos de periódico pegados al cristal del escaparate y decides leerlos para entretenerte. Empiezas por el de un columnista que nos habla del apocalipsis moderno, del intenné. "Selva sin leyes", lo llama. "Involución", oponiéndolo a la evolución darwinista, haciendo gala de su por otro lado ya famosa ignorancia científica. Anticipa la muerte del libro, del cine, de la televisión (fijaos que no dice "las editoriales, las salas de cine, las cadenas de televisión, las librerías"; hay que saber generar compasión). Tacha a los usuarios de las tecnologías de la información de cabezas huecas, de gente sin alma.

De repente recuerdas cómo has encontrado esta librería gracias a una aplicación del móvil, conectado a internet, y a la mención que de ella hacía un usuario al referirse a un escritor cuyos libros, comentaba, se podían encontrar allí.

Como entenderéis, me di media vuelta y me fui a buscar otra librería.

Comentarios

  1. Una anécdota fantástica, que ejemplifica perfectamente la estrechez de miras de tanta gente.

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    1. No sé si es estrechez de miras o resistencia romántica al cambio patente. Pero el mensaje estaba claro: yo no soy el tipo de cliente que quieren. Para mí ese artículo funcionó como el controlador de acceso de un pub diciéndome que mi forma de vestir no es bienvenida.

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  2. Pues fue una pena... en esa librería fijo que tenían tablillas de arcilla, papiros e incunables.

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    1. :D Pues es cierto que tenia muy buena pinta. A mí me molan mucho los libros viejos, los papiros, los legajos y el olor a papel amarillento... Cualquiera que viese mi despacho pensaría que me ilumino con quinqué. Es esa insistencia absurda en establecer una falsa dicotomía entre tecnologías de la información y tecnologías clásicas lo que me cansa.

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